Pablo Sigüenza Ramírez.
Hay ideas que llevamos cobijadas en la mente y el corazón como verdades. En algún momento de la infancia nos contaron estas ideas y nos dijeron que eran ciertas y que había que creerlas sin cuestionarlas. Lo peligroso con estas ideas es que moldean nuestro pensamiento actual, dirigen nuestras acciones. Siendo niños y niñas las aprendimos pero tienen un efecto profundo en nuestro presente. A partir de estas ideas nos comportamos y con ellas establecemos nuestras relaciones sociales actuales.
Un ejemplo sencillo: los colores de la bandera nacional. En la escuela, en los actos cívicos, en la iglesia, en la prensa, en la radio y televisión, en internet y hasta en la universidad nos repiten que el azul y el blanco de la bandera de Guatemala significa los dos mares que bañan la tierra guatemalteca (azul, blanco y azul). También nos dicen que el blanco simboliza la pureza, integridad y la firmeza; mientras que el azul representa la justicia y la lealtad. Esta es una idea que aprendimos como verdad y que, hasta el día de hoy, la mayoría de la población cree que es cierta. Sin embargo tiene bastante de mentira. Los colores de la bandera del país no se escogieron por esas razones. La bandera de Guatemala lleva los colores que representan a la familia del rey de España. La familia del rey de España en 1821 usaba esa bandera como símbolo. Así que la élite económica centroamericana, los ricos de esa época definieron la bandera azul, blanco y azul como símbolo de fidelidad y filiación con la nobleza española. Nos han mentido desde pequeños y muchos lo siguen creyendo.
Otra idea que la sociedad guatemalteca cuenta como verdad es que el conocimiento campesino y el conocimiento indígena valen menos que el conocimiento accidental, que es mejor el conocimiento de la ciudad o el de las universidades. Idea que es totalmente falsa pero que mucha gente de la ciudad y del campo cree que es cierta. Cuando hablan de modernidad, automáticamente piensan que el conocimiento, el pensamiento y la tecnología campesina son elementos de atraso. Sin embargo en mi camino que ha pasado por universidades y que ha pasado por las comunidades he visto que el conocimiento indígena y campesino es importante, efectivo y útil. Por eso es una cuestión vital revalorizar nuestro conocimiento, ese que en las comunidades y pueblos se transmite con la práctica, con la voz, con las manos. El conocimiento que nos dejaron las abuelas y los abuelos y que lo vamos mejorando cada día.
Por ejemplo el cultivo de la milpa. La milpa es un sistema, es un conjunto de plantas bien organizado. Un sistema ancestral pero también moderno. La milpa es alta tecnología. Es decir, nuestros abuelos y abuelas fueron creándolo con la experimentación, generación tras generación y hoy existe de forma diversa, compleja y útil para la soberanía alimentaria de nuestros pueblos. En la milpa encontramos al maíz que da sus granos al final de la cosecha, pero que durante varios meses le da sostén al frijol que trepa el tallo maicero buscando luz y agua. Agradecido, el frijol incorpora al suelo nitrógeno que el maíz necesita para crecer. Brota el ayote que con sus hojas anchas evita que crezca exceso de monte en la parcela y guarda la humedad del suelo. El cuidado campesino genera armonía y viabilidad al sistema. Otras semillas germinan y aparecen tomate, miltomate, distintos chiles, hierbabuena, bledo, hierba mora, y otra cantidad de hierbas que el conocimiento campesino e indígena usa para alimento y medicina. En las parcelas campesinas existen frutales, flores, árboles maderables, cercos de izote, de los que se extraen materias primas necesarias en las actividades familiares.
La milpa es pues un conjunto de especies bien logrado con el paso del tiempo, para sostener la vida humana respetando la naturaleza. Un modelo de producción sostenible cuyo fundamento es una concepción del mundo distinta a la occidental. Una forma de ver el mundo también originada en estas tierras y de la que necesariamente debemos aprender cada día más. Una tecnología que debemos revalorizar. En IximUlew hacemos milpa y el mundo aprende de este conocimiento, de esta cosmovisión, de esta tecnología. Una vida mejor en el presente para nuestros pueblos pasa por liberarnos de pensamientos impuestos y reconstruir nuestra identidad a partir de verdades como la milpa, como la comunidad, como la resistencia y no con mentiras como la de la bandera nacional o la falsa superioridad de otros pensamientos.