#Opinión – Otra forma de leer las noticias. Por: Julio César Cano Bran. 

“En su cunita de tierra

Lo arrullará una campana

Mientras la lluvia le limpia

Su carita en la mañana”

Violeta Parra en El Rin del Angelito

En diciembre de 1980 los diarios publicaron la fotografía de John Lennon muerto. El John de la fotografía parecía placentero o al menos en paz. Durmiendo el sueño de los muertos. El efecto fotográfico ayudaba. La fotografía era herrumbrosa; quizás algo parecida, por la paz que figuraba,  a la fotografía de la portada del disco Imagine con un John Lennon viendo de frente, envuelto en una densa nube de humo.

La muerte de Lennon conmovió a muchos en el mundo. Al menos los diarios así lo dijeron o, dicho de otro modo, algún periodista logró que algo de esto sucediera hasta en la dura y conservadora conciencia guatemalteca. Incluso en las personas, que como los guatemaltecos, evitaban el terror de comentar sobre rebeldes y actos de rebeldía, escondiéndose en su falta de conocimiento de la trayectoria de Lennon más allá de su apariencia poco convencional y retadora al establisment: una persona mayor, durante una conversación de los sucesos del día, comentó sobre el tiempo que Lennon pasó encapsulado en el consumo de drogas lo cual, aseguró, había motivado su separación temporal de Yoko Ono, la mujer por quien Lennon peleó contra todo y todos, incluidos sus compañeros de banda musical. Sin duda Lennon era una gran figura universal no solo de la música y la farándula sino de los movimientos sociales de los años 1960. Algo que los guatemaltecos conocían muy bien, por vivencias personales de miedo, terror y horror de la persecución.

Mark Chappman, el asesino confeso de Lennon, tuvo sus minutos de fama. Sigue teniéndolos cada año que se conmemora la muerte de Lennon. Hasta parece purgar su pena con el regocijo de la fama. En su juicio, su mente y su mano encarnaron la venganza de la generación de los años 1960 a la traición de Lennon por los ideales que dejó de compartir y de sentirse estandarte. Traición ilustrada  del John Lennon de Nowhere man, quien por su simpleza de origen de clase obrera no tenía un punto de vista socialmente reluctante, hasta su icónico agradecimiento a Yoko por haberle abierto la mente al secreto del éxito y la fama en Woman.

Un tiempo después fueron revelados detalles sobre la vigilancia que en torno a Lennon mantuvo el FBI. La vigilancia se debió a su colaboración con las Panteras Negras, la organización proclive a la lucha revolucionara con armas en Estados Unidos. La muerte de Lennon podría haber sido la última etapa del complot orquestado por el establisment en su contra. El mensaje de la persecución a Lennon: para una desafiante figura universal, una respuesta universal del control del sistema, o global como gusta decirse ahora en el lenguaje post moderno.

En octubre de 1978 (el 21 de octubre) los diarios publicaron la fotografía de Oliverio Castañeda, muerto el día anterior. La fotografía no transmitía la paz como la fotografía del John Lennon muerto. Era una imagen de terror. Los ojos abiertos y la cara impregnada de su propia sangre corriendo desde la sien, por el último impacto de bala que recibió justamente en esa parte de su rostro. A Oliverio lo cazaron en la jungla urbana los paramilitares del Jaguar Justiciero. Y no es lenguaje metafórico. Después de un discurso que pronunció en el parque central de la Ciudad de Guatemala seguido a una marcha de conmemoración y protesta, Oliverio buscando resguardarse corrió en la calle abarrotada de personas, quienes al momento de iniciar los jaguares la cacería debieron resguardarse también de las ráfagas que lanzaban contra el líder estudiantil. La fotografía era el trofeo de cazador del sistema de dominio.

Oliverio Castañeda tenía veintitrés años, era dirigente de la Asociación de Estudiantes Universitarios, además militante del Partido Guatemalteco del Trabajo (-PGT- partido comunista) una de las organizaciones opuestas al Gobierno. Paradójicamente el PGT estaba en contra de la guerra de guerrillas que otras organizaciones rebeldes impulsaban, por considerar que en Guatemala no existían las condiciones sociales para ganar una guerra revolucionaria. Asimismo, porque algunos de sus miembros habían estado navegando entre la ocupación de puestos públicos en distintos gobiernos, la clandestinidad, el ostracismo intelectual y el activismo político dentro de los contornos del sistema político cercado por el militarismo y el conservadurismo.

No hubo, ni en aquel momento, ni después, ni ahora un Mark Chapmann que asumiera para sí la idiotez del crimen. Tampoco el sistema se aplicó en la búsqueda de los criminales; no hubo necesidad, ya la sentencia había sido pronunciada y asimilada en la conciencia de la gente desde mucho tiempo atrás: si no te metes a querer cambiarlo el sistema te hace invisible ya como aplicado trabajador, devoto estudiante, empresario exitoso, o político oportunista. Pero sí hubo un responsable reclamante para sí de lo justo del acto de matar comunistas o jóvenes rebeldes. Por si las dudas, el Jaguar Justiciero reafirmó la autoría, además sentenció a otro grupo de militantes de organizaciones opositoras al Gobierno a correr igual suerte que la de Oliverio si persistían en su intención de abjurar del sistema de dominio.

Treinta y cinco años después la imagen luchadora de Oliverio continúa emergiendo de vez en vez en los medios. También en los discursos de los jóvenes que mantienen vivas las ideas de aquellos años. La conciencia de Oliverio jamás envejeció. Pero la imagen también emerge de vez en vez en la amenaza del sistema de dominación de continuar con la matanza por asuntos políticos en Guatemala: vamos a revivir los escuadrones de la muerte, afirmó una periodista de ideas de izquierda que le profirió otro periodista de ideas de derecha. Es la forma particular en Guatemala de reafirmar la universalidad del sistema de dominio. Quizá más desagradable, pero igualmente efectiva que la sentencia a John Lennon.