#Opinión – Safira Velásquez – Ceppas Guatemala.
Es un hecho fácilmente predecible y por demás sabido que las mujeres en la modernidad se enfrentan a un doble esfuerzo por alcanzar metas en el mundo profesional que es mayoritaria y legítimamente masculino. Cuando se afirma en lo legítimamente masculino se trae consigo el devenir histórico que ha dado forma a las identidades sociales de la modernidad con todo y sus costumbres, usos del lenguaje y sistemas simbólicos entre otros, que han sido favorecedores con respecto a construir y mantener un privilegio masculino hegemónico en detrimento de todo aquello que se considere ‘diferente’.
En este afán de la modernidad de obtener y mantener privilegios por encima de lo esencialmente humano, los espacios se abren y se garantizan solamente a aquellas personas que cumplen con las características propias de lo valorado en el mundo moderno: juventud, blanquitud, fortaleza, éxito, poder, etc. Todo aquello que no las cumpla, difícilmente figurará dentro de lo legítimo para ser valorado, a no ser que realice un esfuerzo mayor y un sacrificio que lleve en sus espaldas una constante necesidad de ‘hacerlo valer’.
En este sentido es fácil pensar que tales características no las ostenta en su totalidad una persona perteneciente a un país multicultural identificada como mujer y en condiciones tanto sociales, académicas, políticas, profesionales y culturales que siguen reafirmando la mantención de privilegios exclusivos a un solo sector y excluyentes a los demás. Construyendo así un imaginario social y colectivo favorecedor de una cultura misógina y racista, y que además en su dinámica sistémica en todos los niveles hace creer y convence a los mismos excluidos de no poseerlas.
Parte de una infografía publicada por la” Plataforma de Accion de Beijing de ONU Mujeres
Es en este punto que vale mencionar que uno de los grandes difusores de dicha cultura son los medios de comunicación masiva. El papel de los mass media viene siendo uno de los elementos que más coadyuva en la formación de este imaginario social y su escala de valores. Y es que está claro que, en teoría, la función narrativa de los medios de comunicación apunta en todo momento contar lo que sucede en las relaciones sociales de la población. Pero es por demás válido y necesario cuestionar el por qué y cómo perpetúan las relaciones desiguales en la estructura social, puntualmente en la representación del género en el contenido mediático que construye un concepto de género que no necesariamente ampara la lucha por erradicar la desigualdad en la que estamos situadas cultural, social, política y profesionalmente las mujeres.
LA INVENCIÓN DE UNA DECISIÓN
La invención y clasificación jerárquica de las relaciones entre hombres y mujeres es una dinámica que se produce (y reproduce) a lo largo y ancho del tejido social, lo que incluye por supuesto a todas las disciplinas profesionales. El periodismo y comunicación no se salvan de esto siendo parte de la sociedad. Tanto interna como externamente la diferenciación sexual está presente en el rubro periodístico e institucional de los mass media. Prueba de esto son los índices porcentuales del mapeo de tomadoras de decisión en medios de comunicación que realizamos hace un año y que reflejaban un 18% de presencia de mujeres en roles de dirección en medios masivos de comunicación, frente a un 82% que ostentan los hombres en los medios de comunicación tradicionales y digitales guatemaltecos.
De esta cuenta se infiere que el tratamiento mediático del contenido que difunden estos medios de comunicación en el país, corresponde a una narrativa que no se funda institucionalmente en una igualdad de género en cuanto a las personas que tienen a su cargo la coordinación de dicho tratamiento. Esto pues, ¿hace posible que el manejo de información y entretenimiento siga perpetuando las desigualdades de género?, o en realidad es más válido preguntarse si ¿el género pierde validez o, al contrario, se agudiza en el momento de poseer el poder de decisión en la jerárquica laboral? Ya desde un principio se afirmó que es un hecho que las mujeres están obligadas a un mayor esfuerzo para el alcance de metas profesionales. En este proceso es necesario que una mujer se adapte a los preceptos del mundo masculino de las profesiones para ir escalando en la jerarquía laboral. En ese sentido, despojarse de las obligaciones sociales y culturales de la subordinación femenina no resulta tarea fácil: es necesario desarraigarse de la construcción del ser mujer para lidiar con un mundo profesional mayoritariamente masculino.Liberarse del género es abrirse al mundo de posibilidades que ostentan los hombres que no cargan con esta categoría social en sus espaldas. El ser humano y ser hombre no connota ninguna diferenciación, uno pertenece al otro. Caso contrario, las mujeres cargan con el género como una condición y diferenciación en todos los niveles de la vida que se transforma y se traduce en desigualdad.
Es válido mencionar que lo anterior —despojarse del género— no garantiza liberarse de prejuicios y estereotipos misóginos siempre y cuando la mirada o perspectiva masculina siga siendo la imperante en la consciencia de las personas, hombres y mujeres y por ende, en las dinámicas del manejo de información en los mass media. Respecto a esto, el documento Indicadores de Género para Medios de Comunicación de la UNESCO, afirma que:
“Mientras existan la desigualdad y estereotipos de género en las estructuras sociales y mentales de las personas, los medios de comunicación tendrán la posibilidad de propagarlos y perpetuarlos o de mejorarlos. Aún más, la desviación consciente o inconsciente hacia una perspectiva ‘masculinizadora’ que muchos profesionales de la comunicación, hombres y mujeres pueden experimentar en ciertas ocasiones, es debida, en parte, a la falta de capacidad de informar más ampliamente sobre las mujeres y el género”
Se entiende entonces, que la capacidad del manejo de la información recae más en la perspectiva y en el enfoque del tratamiento mediático que en el sexo de la persona en la dirección de los medios de comunicación. No obstante, tal afirmación no significa que se encuentre menos importancia en el hecho necesario de la paridad en los altos cargos de las organizaciones comunicativas. Este último sería un lineamiento favorecedor a la representación de las mujeres en los sucesos sociales que difunden los mass media —entiéndase la erradicación de la invisibilización de las mujeres expertas profesionales — el enfoque en las noticias de mujeres víctimas de violencia, entre otros.
Y es que si internamente la estructura organizativa de toma de decisiones es igualitaria se refuerza el valor de igualdad y se transmite a través de la narrativa de los contenidos que se lleguen a difundir. De esta cuenta, un cambio en la mirada mediática de los acontecimientos y el entretenimiento de la sociedad, es necesario para construir una representación justa de las mujeres profesionales y expertas.
A lo anterior, Teresa Amor sostiene que:
“Si no cambiamos la situación estructural en que viven las mujeres, expertas o no, directivas o no, seguiremos teniendo problemas para encontrar expertas que puedan dedicarnos algo de su estrecho tiempo libre para atender a la prensa o hablar en congresos y jornadas, y eso afecta directamente a cómo vemos a las mujeres.”