#Opinión | Kajkoj Máximo Ba Tiul[1]
Es una mañana de tantas que pasan en nuestro territorio[2], con mucha lluvia, como es constante en las regiones del norte de Guatemala. Buscando quien me pudiera llevar a una comunidad, para atender algunos compromisos, le hago el alto a un taxi y de casualidad el taxista era un amigo, que tenía algún tiempo de no verlo. Una persona, aún joven, como de 25 a 30 años de edad. Lo saludo y le digo, ¿qué tal como estás?, bien me responde. Podes llevarme, responde, con todo gusto. Ya acomodado en el vehículo, comienza la conversación.
Entonces, comenzamos a hablar y le pregunto, ¿Qué te habías hecho que ya no te había visto?, me responde, pues fíjate, que quise irme para el norte, y en broma le interrumpo, ¿Para Petén?, no, me dice con mucha risa, quería irme para Estados Unidos, pero me detuvo la migra y tengo una semana de haber regresado. ¿Y cómo y en dónde, te agarraron? Me dice, en el desierto. Y me sigue diciendo, da tristeza pasar en el desierto, los coyotes primero nos miden la cantidad de agua que debemos llevar, nadie comparte con nadie su ración, porque le puede faltar, solo una bolsita con alguna camisa para cambiarte o alguna otra ropa, no más de 20 libras de peso o menos para poder caminar.
Y qué es lo que te dio tristeza, le pregunto: “ah, el olor que hay el desierto, parece rastro, un olor a carne humana, se encuentran huesos de todo tipo, sangre, por todos lados o como te digo, un olor que aún lo siento y no me deja estar tranquilo”.
Y ahora qué vas a hacer, pues, primero buscar la forma de pagarle al coyote. Y cuanto le debes, “Setenta mil quetzales”, me responde. Y cómo conseguiste el dinero. Mi papa tuvo que vender el otro taxi y también hipotecó la casa. Y antes de bajarme del taxi me dice, pero voy a intentarlo de nuevo. Porque de aquí, se están yendo muchos, mi primo, con quien me había ido y nos habían regresado, ya se fue otra vez y ya llegó. Además, aquí no hay trabajo. Así nos despedimos.
Casos como el anterior, encontramos a diario en nuestras comunidades. Antes solo escuchábamos que se iban personas del territorio occidental de país (Huehuetenango, San Marcos, Quetzaltenango). Supimos igual que algunos se fueron a México, Estados Unidos y Europa, durante la guerra, por el nivel de represión que estaba ejecutando el Estado y el ejército. A principios de 1990, algunos regresaron y otros no. Recuerdo muy bien, cuando jóvenes que regresaron de los campamentos de refugiados[3] y comenzaron formar los lugares de retorno como “Victoria 20 de Enero”, al ver que casi la mitad de las tierras que les dieron, se inundaba cada año con las lluvias y crecida del río, comenzaron a regresar a México y algunos se fueron directamente a Estados Unidos. La nueva oleada de migrantes, comenzó, a aproximadamente dos años después de la firma de la paz, comienza la migración, para mejor las condiciones de vida. Ante el fracaso de la paz y el desarrollo del neoliberalismo.
El sentido de “sobreviviencia”, en la que nos metió el capitalismo neoliberal y ahora el extractivismo, ha obligado a cientos de hermanos y hermanas de todo el país y de otros países dependientes de la economía y política de los países desarrollado, a migrar hacia Estados Unidos y a Europa. Convertidos en consumidores y mano de obra no califica o barata, nos eleva el nivel de vida imaginario, además de convencernos de que la única forma de salir de la pobreza y vivir bien, es teniendo dinero, sin importar el sufrimiento para lograrlo. Por eso, se acepta el reto de migrar hacia los centros urbanos de los países industrializados, con el propósito de buscar “mejores de vida económica” para las familias, sobre todo, cuando se tiene hijos e hijas.
El capitalismo no es vida, es muerte. El dinero y la competencia nos engaña y nos embelesa. En el capitalismo; las familias su objetivo es logar encontrar los recursos para cubrir la canasta básica y cómo en nuestros países, los salarios son bajos y no alcanza ni para comer, entonces, el capitalismo, ofrece esa mísera idea de que el único camino es convertirnos en comunidades urbanas o irnos a las ciudades centro, porque nos “susurra al oído” que solo allí, podemos lograr lo que queremos o lo que soñamos. El sueño no es americano, el sueño es tener una mejor vida para los nuestros y que casi nunca se logra.
El capitalismo es mercado libre, pero no es libertad para las personas. Las personas migrantes siguen siendo consideramos no libres. La gente se convierte en mano de obra barata o consumista. Entonces, la gente que migra al elegir un viaje cargado de muerte, cae bajo su responsabilidad. De esa desvaloración de la vida, se aprovechan otros que si sacan buen partido. La gente pobre se convierte en mercancía a tranzar.
“Hace unos meses una persona que se dedica a llevar personas a las fincas: “mire Usted yo no trabajo, porque con la gente que llevo a las fincas, el finquero y el administrador me pagan un porcentaje y los trabajadores otro poco. Con ello puedo vivir alegremente dos o tres meses, hasta la otra cosecha”.
La transacción de la vida de los migrantes y la prostitución, ahora llamada “trata de personas”, se realiza bajo una complicidad criminal. El coyotaje no solo es a nivel nacional, también hay un coyotaje transnacional, en donde confluyen; pandillas, narcos, policías, militares, funcionarios de migración, entre otros.
Es el capitalismo y en este caso el extractivismo, quien está obligando a la gente a migrar. El capitalismo neoliberal que provoca pobreza y extrema pobreza, que obliga a la gente a dejar sus tierras para ser ocupadas por el monocultivo, hidroeléctricas o minería.
Si no logramos detener la ambición y el egoísmo del capitalismo neoliberal, seguirá la migración forzada, seguirá la pobreza, el consumismo y entonces la colonización y seguiremos pensando que la única esperanza es la sobrevivencia, y entonces la famosa vida en plenitud está aún muy lejos.
No es casual que la mayoría de quienes migran, son originarios de lugares donde se produce palma africana, construcción de hidroeléctricas, explotación de minas y en donde el narcotráfico y el crimen organizado tiene presencia más fuerte.
[1] Maya Poqomchi, antropólogo, filósofo, teólogo, profesor universitario.
[2] El territorio de Alta Verapaz, uno de los departamentos de Guatemala, en donde vive población mayoritariamente Q’eqchi’ y Poqomchi.
[3] http://www.cidh.org/countryrep/guatemala93sp/cap.7.htm, visto última vez el 12 de diciembre de 2021.