#Opinión | Jairo Mejía.
El 15 de enero se viralizó un video en redes sociales en el que se ve, en un lugar que parece una feria, a un hombre golpeando a dos mujeres, una madre y su hija. Luego, intervienen dos hombres para detener al agresor, el agresor desenfunda un arma y después de unos segundos dispara hacia uno de los dos hombres que intervinieron. Ese hombre murió en el lugar y el agresor es buscado.
Viendo las acciones de los magistrados de la Corte de Constitucionalidad (CC), podríamos hacer la siguiente analogía: si la Constitución fuese una persona, sería una mujer que habita en un hogar guatemalteco, casada con un hombre como el agresor. Si la Constitución fuese esta persona, estaría viviendo abuso en su hogar, no se sabe desde cuándo. Y si la Constitución tuviera hijas, sus hijas serían las leyes, y también estarían siendo agredidas por su papá.
Hoy, los magistrados de la Corte de Constitucionalidad interpretan el papel de papás abusadores y violentos, algunos serán padres fugitivos. Los magistrados de la CC, aquellos que continúan decidiendo en favor del grupo golpista, revierten decisiones como la elección de Junta Directiva del Congreso, y permiten que jueces no relacionados a temas electorales suspendan partidos políticos y automáticamente los diputados se conviertan en independientes, son los agresores.
Queridos lectores, los abusos que se dan en la calle se pueden volver virales porque alguien los graba y los sube a las redes sociales ¿pero qué hay de esos abusos que se dan dentro de cuatro paredes, en un recinto llamado hogar, en un hemiciclo llamado Congreso, o dentro de cuatro fronteras y llamarlo país? El latente descontrol en el uso de armas, sumado a la violencia intrafamiliar y estatal, puede terminar en catástrofes más allá de los traumas.