Kajkoj Máximo Ba Tiul.
El 20 de septiembre, marcó para la conciencia ciudadana un antes y un después de la crisis del Estado criollo. Sabemos muy bien que la pretensión de Jimmy Morales, de declarar non grato al comisionado Iván Velásquez, llevaba un mensaje radicalmente corrupto y mezquino. Diseñado por la Fundación contra el Terrorismo, AVEMILGUA, los presos por la corrupción en el Mariscal Zavala, los que andan fugados: Luis Rabbé, Justino Ovalle, Erick Archila Dehesa, Alejandro Sinibaldi, la “Juntita”, quien asesora a Jimmy y está dirigido principalmente por Melgar Padilla, incluso por algunos embajadores como Acisclo Valladares, quien lleva años de estar en puestos diplomáticos, los más de cien diputados que están acusados de diversos delitos, algunos militares en servicio vinculados al crimen organizado, el mismo crimen organizado y posiblemente algunos corruptores miembros de las diferentes cámaras del CACIF.
El fervor ciudadano del 20 de septiembre, está relacionado a la demanda de terminar con la corrupción y la impunidad. Allí es donde se percibe otro dato importante para analizar, que las mismas no tienen como objetivo desmantelar el sistema establecido desde 1985, cuando marca la llegada del neoliberalismo en el país. De esa cuenta, la relación movimiento campesino e indígena en resistencia y las organizaciones urbanas se percibe como un estira y encoje, que no da lugar a la conformación de un movimiento político social con una claridad ideológica para ponerle fin al modelo elitista y corrupto del país, es aquí donde se puede concebir que estamos nuevamente ensayando el libreto del año 2015.
Si bien es cierto, que las demandas del 20S tuvieron mucha claridad: dejar sin inmunidad a Jimmy Morales, la renuncia de los diputados, la llamada a una Asamblea Constituyente Plurinacional, las mismas no atentan contra el modelo de Estado y el modelo político, que al fin y al cabo es el que da lugar no solo a la corrupción y a la impunidad, además no permiten la promoción, ni el respeto de los derechos básicos y fundamentales de la población guatemalteca, como: la educación, la salud, la vivienda, la seguridad, el trabajo, salario justo y en el caso de los pueblos indígenas el derecho a su tierra y territorio.
El papel mezquino y casi malinchista, que están jugando los llamados tanques de pensamiento de la derecha, como el Foro Guatemala, los centros de investigación: ASIES, CIEN, AMIGOS DEL PAIS o los grupos de poder tradicional como: la Cámara del Agro, AGER, CACIF, e instituciones eclesiales como la Conferencia Episcopal y las Iglesias Evangélicas, que pretenden “no escuchar” el clamor popular y convocar o mediar un posible diálogo nacional, tiende a olvidarse que el actual gobierno ha cometido delitos, sobre todo el poder legislativo y ejecutivo, y que estas no deben ni pueden resolverse con un llamado al diálogo, cuando en realidad esta situación solo se podrá restablecer cuando los que están vinculados a actos de corrupción, sean llevado ante el sistema de justicia actual.
Si queremos que esto no quede como después del 2015 y que nos vuelva a embelesar la llamada “antipolitica”, tenemos que avanzar hacia la construcción de un gran instrumento político e ideológico, que no solo le de vida a las tres demandas que a partir del 20S están en la boca de quienes se movilizaron y quienes desde sus territorios hicieron acciones para hacer escuchar que ya no se quiere seguir lo mismo, sino que permita la discusión y la concreción de un nuevo modelo político para nuestros país, que permita acabar con la pobreza, la extrema pobreza, el racismo, la discriminación, la desigualdad, el despojo. Un sistema que nos ayude a construir una casa común, en donde las futuras generaciones vivan bien. Donde los niños y jóvenes ya no tengan que salir expulsados a buscar condiciones de vida fuera de sus casas y de sus tierras. Un modelo que termine con la expulsión de hermanos y hermanas que buscan el sueño americano. En donde todos juntos nos tomemos de la mano, sin distinción de ninguna clase.
Este proceso que estamos viviendo hoy, no debe concluir en una mesa de diálogo entre mudos y sordos, por eso no al diálogo, este debe terminar con que todos y todas, nos propongamos a avanzar hacia nuestra emancipación. Se respira y se siente que algo nuevo puede pasar, pero necesita de todos y de todas nosotros y que los otros y otras, deben que los demás se unan. Decimos con Benedetti, “lento pero viene, el futuro se acerca despacio, pero viene”.