Juan Vandeveire/ CENINF
El 29 de diciembre pasado, Guatemala cumplió 20 años de haber firmado los Acuerdos de Paz. Fue cuando se hizo la pregunta: ¿tendrán todavía importancia, hoy, aquellos acuerdos que mucha gente ya casi olvidó? Además, una gran cantidad de jóvenes ni habían nacido aún en 1996 o estaban en una edad demasiada corta como para haberlos conocido.
Sin embargo, en su momento fueron una gran esperanza para un pueblo que había sufrido terriblemente durante una guerra de larga duración. Corrió mucha sangre y hubo miles de muertos y muertas, en su gran mayoría no combatientes. Torturas, secuestros y masacres se generalizaron y establecieron en el país un clima de terror. Cuando se vio que aquel conflicto armado no podría conducir a la paz que cada día se anhelaba más intensamente y bajo la creciente presión internacional, gobierno, ejército y guerrilla se sentaron en la mesa del diálogo. Fueron necesarios casi diez años desde el inicio de las negociaciones y la redacción de los primeros Acuerdos, hasta que por fin pudo firmarse el acuerdo de la paz “firme y duradera” en la Plaza Central de Guatemala.
Hace pocas semanas apareció un importante libro de la Fundación Propaz con el título “Resignificando los Acuerdos de Paz”. Contiene siete estudios que fundamentan la respuesta afirmativa a la pregunta que hicimos al inicio: ¡sí, todavía tienen importancia los Acuerdos de Paz! Pero después de 20 años, los Acuerdos tienen que pasar por una “resignificación”.
¿Qué es resignificar? No es fácil definirlo. Parece darse una resignificación cuando se detecta o se da una nueva significación (o una significación adicional) a algo, a un proceso por ejemplo, que ya desde su origen tenía sentido. Un ejemplo puede ayudar un poquito a entender qué es una re-significación. Imagínense un grupo de jóvenes que se juntan para jugar fútbol. Forman un equipo exitoso sobre la base de amistad, talento y entusiasmo. 20 años después, la edad ya no les permite competir. Ya no se presentan en la cancha. Pero no se han desunido. Siguen interesados en el fútbol: recuerdan sus partidos de antes y ocasionalmente van a ver un partido. Motivan a las nuevas generaciones, especialmente a sus hijos e hijas, para que a su vez practiquen deporte. Mantienen la amistad y la decisión de seguir reuniéndose para platicar y celebrar aniversarios, con sus familias. El equipo, después de 20 años todavía se mantiene, pero ha cambiado de actividad y de significado.
Algo similar sucede con los Acuerdos de Paz. Así como las condiciones físicas y familiares de los futbolistas jóvenes han cambiado después de 20 años, así las condiciones sociales y políticas a la hora de firmarse la paz en Guatemala han cambiado después de dos décadas. Hoy muchos contenidos de los Acuerdos siguen válidos, de una forma resignificada. Lo que hoy significan no puede ser sino una significación actualizada.
La principal razón por la que hay que retomar los Acuerdos de paz en 2017, es que gran parte de la agenda que contienen no se ha cumplido aún. Los autores del libro de Propaz buscan el por qué solo una mínima parte de los Acuerdos se ha cumplido. Sí se cumplió la parte del cese de fuego y de lo que se ha llamado la parte “operativa”. La desmovilización de la guerrilla se realizó. El ejército disminuyó sus efectivos, ya que de la guerra había pasado a tiempos de paz. Pero de la parte “sustantiva”, poco se ha cumplido: los derechos humanos se siguen violando. Seguimos siendo un país con altos índices de violencia. Del Acuerdo sobre aspectos socioeconómicos y situación agraria casi nada se ha cumplido: la pobreza y la desigualdad social, que fueron una de las principales causas por las que estalló la guerra, se mantienen y se han profundizado en estos 20 años de paz. Especialmente preocupa que a partir de 2006 ha aumentado la pobreza: “seis de cada diez habitantes viven en esta situación, y dos de ellos en pobreza extrema”.[1]
Al ver este fracaso en el combate a la pobreza y en otros temas importantes como el reconocimiento real de los derechos de los pueblos indígenas, nos puede invadir una sensación de frustración. Podemos perder la esperanza que nos alentó en el día de la firma de la paz. Ahí creíamos que estaba cerca la construcción de una Guatemala nueva, más democrática, más igualitaria, más justa. Esta nueva Guatemala todavía no se ha construido y ni siquiera la vemos cercana en el horizonte.
Sin embargo, lo que pasó en el país hace apenas dos años, cuando las multitudes llegaron a las calles y a las plazas para gritar “NO” a la corrupción y a la vieja política, hizo renacer la esperanza, muy parecida a la de 1996. El año 2015 abrió una coyuntura sorprendente que volvió a abrir las expectativas de todo un pueblo.
Estamos, pues, en un momento histórico en que interesa retomar los acuerdos de paz y darles un nuevo significado. Hoy como en 1996, el pueblo quiere un Estado diferente. No quiere un Estado copado por funcionaros que saqueen sus arcas y gobiernen para su propio progreso, sino un Estado donde muchos y muchas participen en la toma de decisiones, decisiones en función del bienestar de todas y todos. Los Acuerdos de Paz incluían un proyecto para refundar el Estado, a partir del consenso de todas las fuerzas sociales. No hubo capacidad, en los pasados 20 años, de realizar este proyecto, que queda ahí como agenda pendiente. Pero en las manifestaciones de 2015 un pueblo entero expresó la voluntad de avanzar en el mismo proyecto, sumando la agenda que se impone a partir de la crisis política en la que nos debatimos hoy a lo que queda por cumplirse de la agenda de 1996. Esto implica la fundación de un Estado con nuevos partidos y representantes políticos y con nuevos programas políticos.
No se trata de reabrir los Acuerdos de Paz tal cual, sino de releerlos a la luz de la actualidad y de cara a los años venideros. Ciertamente hay que leer los Acuerdos en su contexto de 1996, pero también hay que preguntar qué es lo que significan en nuestra situación de 2017, cuando somos un país más urbanizado, no solo en el área capitalina sino en otras regiones. Tenemos hoy una creciente población de muchos millones en edad de trabajar y con ganas de trabajar, y con más de un millón trabajando en Estados Unidos. La economía nacional es ahora más compleja, menos agrícola y más dedicada a otras actividades productivas. Hay que tomar en cuenta estos y otros cambios a la hora de reactivar los Acuerdos. Pero más importante todavía, de todos y todas se espera que apoyen la construcción del país que sueñen. No pueden ser espectadores en la orilla del camino. Hay que estar dentro del proceso, cada uno y cada una con su aporte, con su crítica, con sus propuestas, con su rechazo o con su “visto bueno”, según amerite el caso.
Los Acuerdos de Paz no lograron cumplirse en buena parte porque el pueblo no los ha promovido con fuerza, no los ha empujado. Fueron acuerdos con “una agenda sin dueño”.[2] En el libro de Propaz, los y las analistas explican por qué y cómo se pueden resignificar y reactivar. Pero este proceso no será automático. Los defensores del viejo régimen y de la vieja política harán todo lo posible para recuperar sus privilegios y detener la creación de la Guatemala sobre nuevos fundamentos. Esta será el fruto de una lucha sostenida, de estudios profundos, de amplias discusiones y de gran creatividad, no solo de Propaz y otros especialistas. Aquí se trata de una tarea que necesitará el decidido apoyo de muchas personas y muchas organizaciones.
Guatemala, 15 de agosto del 2017.
[1]Propaz, op. cit., p. 62.
[2] Propaz, op. cit., p 196.