#Opinión | Kajkoj Máximo Bá Tiul – Centro de Reflexiones Nim Poqom
Los pueblos indígenas, son la mayoría de la población de Guatemala y de otros países de América Latina. Pueblos que en su mayoría, presentan niveles bajo en condiciones de vida. Producto de racismo y la discriminación a la que han sido objeto durante muchos siglos. La Encuesta Nacional de Condiciones de Vida del 2014, demostraba que el 59.3% de la población guatemalteca, se encuentra en pobreza. De estos el 40% son del área urbana y el 82.5% del área rural. De esta cuenta, el informe nos presenta como resultado que más del 60% es multidimensionalmente pobre.
De acuerdo al Índice de Pobreza Multidimensional3 de 2019. El IPM de Guatemala, tomó en cuenta cinco áreas: salud y seguridad alimentaria y nutricional, educación, empleo digno, vivienda y acceso a servicios básicos. En el mismo informe, constata que la población de Guatemala, sufre entre 8 y nueve privaciones a la vez. Esto nos da como resultado que estamos constituidos por una población que no solo vive en pobreza; sino en miseria. Eso significa, que las personas multidimensionalmente pobres en promedio están privadas en casi la mitad de los indicadores anteriormente expuestos.
Quienes más padecen la situación de pobreza, son los pueblos indígenas y de estos las mujeres, los niños y los ancianos, de tal manera, que el informe del PNUD, afirma que ante el COVID, “el mayor riesgo lo asumen las personas que actualmente viven en la pobreza. A pesar de los recientes avances en su reducción, alrededor de una de cada cuatro personas todavía vive en situación de pobreza multidimensional o es vulnerable a ella, y más del 40 por ciento de la población mundial carece de protección social alguna”4. Pone en evidencia que la pobreza multidimensional se concentra en la población indígena y es más del doble que en los no indígenas, como es el caso de Guatemala.
Y como si fuera poco, la pandemia, se revitaliza el racismo, la discriminación, la xenofobia, el patriarcado. Por un lado, como dice Chomsky, “ahora mismo en Nueva York, y otros lugares, médicos y enfermeras se ven obligados a tomar decisiones angustiosas sobre a quién matar […] porque no tienen suficiente equipamiento. Y el obstáculo principal es la falta de respiradores”5. En países con una mayoría población indígena (México, Guatemala, Ecuador, Perú, Bolivia), no existen datos objetivos de cómo la pandemia, está afectando no solo la economía indígena, las relaciones inter comunitarias, y mucho menos datos sobre los posibles contagios en los territorios, como por ejemplo: no se sabe con certeza cuantos han muerto este mes, aldea por aldea y de qué. Los datos que se tienen actualmente, es que en Estados Unidos, no hay un dato real sobre la situación del pueblo Dakota6 en Nueva York, o la situación de los afroamericanos7 Pero al mismo tiempo, los posibles programas de apoyo para las personas y comunidades que sufrirán por la situación económica, no beneficiará a las comunidades indígenas.
Igual está sucediendo con las comunidades indígenas de la Sierra Ecuatoriana, o la situación de los indígenas sin contacto en la selva amazónica de Brasil8, así como la situación de los indígenas en la región del CAUCA de Colombia9. En el caso de Guatemala, la forma en como el presidente Giammatei, trató la pandemia en Patzun y en otras regiones indígenas del país, en donde no hay datos objetivos sobre el comportamiento de la pandemia y como está afectando en los territorios indígenas.
Los Estados y los gobiernos, forman parte de todo el Sistema de las Naciones Unidas, y por eso deben por lo menos sujetarse a estas normas internacionales, para el tratamiento en este caso de pandemias o de otras situaciones que pueden vulnerar derechos humanos universales. Y en el caso de pueblos indígenas, existen muchos estudios que obligan a los Estados a no discriminar a los pueblos indígenas, y en este caso, el estudio elaborado por el Mecanismo de Expertos sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas, de Naciones Unidas, reconoce lo siguiente: “el concepto de salud de los pueblos indígenas no se suele tener en cuenta en los sistemas de salud no indígenas, lo que crea barreras importantes de acceso”10, además, porque para los Estados y sus gobiernos, sobre todo como los nuestros en donde la decisión está en manos de la clase económica, los pueblos indígenas siguen siendo considerados como ciudadanos de segundo nivel, igual que las mujeres, niños y ancianos.
Informes de organismos internacionales (CEPAL, OMS, FAO, PNUD, MEDPI) y otros más; nos demuestran que los pueblos indígenas, siguen padeciendo los efectos de un sistema racista, colonial y patriarcal. La pandemia nos vuelve a retratar la realidad de los Estados con mayoritaria población indígena y negra. Por eso, es que se afirma que la “pandemia es más que una emergencia sanitaria mundial. Es una crisis sistémica del desarrollo humano cuyo impacto sin precedentes se está haciendo ya patente en las dimensiones económicas y sociales del desarrollo. Por ello, resulta absolutamente esencial poner en práctica políticas públicas dirigidas a reducir las vulnerabilidades y a fomentar las capacidades necesarias para enfrentar las crisis, tanto a corto como a largo plazo11. Nos desnuda, la realidad de la salud pública y de la educación pública. En el caso de la salud, “los países más desarrollados –los ubicados en la categoría de desarrollo muy alto- tienen un promedio de 55 camas de hospital, más de 30 médicos y 81 enfermeros por 10 mil personas, en comparación con las 7 camas, 2.5 médicos y 6 enfermeras que encontramos en los países menos adelantados12.
Esta se demuestra en Guatemala, por ejemplo; en las conferencias de prensa que da el presidente, aunque realmente no son “conferencias”, sino audios o videos pre-grabados, con un libreto establecido, que se demuestra en la información que emite, donde hay una diferencia entre lo que dice y lo que realmente pasa en el país y con una información tergiversada o por lo menos, poco o nada objetiva. Esta es la práctica tradicional de países regidos por el autoritarismo-militar y una clase económica neoliberal. Si hay datos que no se quieren compartir y si se comparten, solo hay que aceptarlo como “religiosamente” sin criticarla, así pasa con la realidad de las comunidades indígenas, en donde se les piensa como “los salvajes” o “los ocupadores de tierras”, por ejemplo. Y cuando se piensa en salud y educación, para los indígenas, siempre se plantea desde lo urbano hacia lo rural, pero no más.
Teniendo Estados; racistas, colonialista y patriarcales, poco se discutirá sobre cómo los territorios indígenas, se experimenta la pandemia y por lo tanto, poco se sabrá si murió alguien a consecuencia de la misma, pero además; después que el modelo de salud occidental, destruyó el sistema de salud comunitaria, hoy los científicos también trataran de darle explicación al coronavirus desde las experiencia de los pueblos indígenas, pero para poder fortalecer el modelo económico que se está debilitando. Noufouri: dirá, que “hoy más que nunca, necesitamos una conciencia de pertenencia recíproca a una misma especie y Casa común, que nos permita enfrentar a la especie que ahora amenaza la existencia de la nuestra y que encuentra en el racismo a un aliado natural, porque destruye la cohesión social y solidaridad intercultural indispensables para aplicar la última línea de defensa de la que disponemos hasta el momento: el invento árabe de la Cuarentena”13. Los llamados “especialistas/científicos”, no tardaran en proponernos un sin número de medicamentos, que ya los pueblos indígenas habían descubierto en la antigüedad y lo pondrán a la venta, algo así, como sucedió con empresas que se dedicaron a vender productos denominados “complementos alimenticios”, como: OMNILIFE, HIERBALIFE, etc., que después de muchos años, comenzaron a embotellar medicina indígena. En ese momento, el conocimiento sobre la medicina que tienen los indígenas le darán un valor económico, pero para volver a fortalecer el sistema económico capitalista y consumista; mientras, los “indios”, seguirán muriendo o no importa que mueran, como es típico en sistema militaristas, en donde no importa si son muchos o pocos, al final son indios, los desechados de la tierra.
Con la llegada del COVID-19 en los territorios indígenas, aparece de nuevo la discusión sobre la triada: racismo-colonialismo-patriarcado, como cimientos de los actuales Estados-Nación y se fortalece la mentalidad del “patrón”, “finquero”, “terrateniente”, como la relación opresor y oprimido, como la figura políticaeconómica-filosófica, que nos presenta la realidad de sometimiento y de la represión en contra de los indígenas. Una figura colonial, ante el cual se agacha la cabeza y se le considera como el “santo protector”, de allí surge el principio que hay que obedecer al presidente o a los funcionarios de gobierno, porque dicen la verdad, sin pensar que representan la barbarie y el salvajismo. Un personaje que de entrada, le importa poco, que primeros que sufrirán los efectos y las causas de la pandemia, son los trabajadores y campesinos, quienes trabajan en la fincas y en las maquilas o en los grandes restaurantes de la grandes ciudades del mundo o los indígenas que son sometidos a horas de trabajo en las fincas de los terratenientes.
Naciones Unidas, nos alerta, al afirmar que “si hay algún grupo al que la crisis económica provocada por la COVID-19 ha afectado de un modo contundente es el de los 1600 millones de personas que trabajan en el sector informal, casi la mitad de la fuerza de trabajo mundial que asciende a 3300 millones de individuos, sobre un total de 2000 millones a nivel global14. Pero estos efectos han sido históricos, porque sus causas están en el sistema capitalista, por eso; se critica a quienes piensan que hay que volver a la “normalidad”. Qué normalidad, porque lo que consideramos normal, es la opresión y la pobreza. Si la normalidad es la explotación o el sentimiento y pensamiento religioso-ortodoxo del sistema capitalista, pues entonces no queremos volver. Pero si la normalidad es la instauración de un nuevo sistema basado en la solidaridad y el apoyo mutuo y reciproco, entonces hay que plantearse nuevos valores y principios que fortalezcan o que re-inventen una nueva ética moral, basada en los principios de la naturaleza y la tierra.
Racismo-colonialismo y patriarcado, se han reinventado y reactivado fuertemente durante este mes a raíz de la pandemia. En “los últimos meses con la pandemia, la cuarentena, las restricciones, los estados de excepción, se ha profundizado una crisis generada por un sistema capitalista de muerte y dominación múltiple, patriarcal, colonial. Esta crisis estructural, mucho más grande y profunda que el COVID-19, si bien ha golpeado a toda la humanidad y planeta, también es necesario reconocer que los impactos más catastróficos, se dan en los sectores vulnerables e históricamente excluidos de la población de América Latina, y a la Madre Tierra fuente incesante de explotación para extracción de materias primas15.
Pensar que después de la pandemia, el mundo cambiará para bien o por lo menos se trazará la ruta para un “nuevo mundo o nuevos mundos”, está muy lejos de ser realidad, pero podemos aspirar, como lo afirma Boaventura de Sousa, a “imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia participativa a nivel de vecindarios y las comunidades, y en la educación cívica orientada a la solidaridad y cooperación, y no hacia el emprendedurismo y la competitividad a toda costa”16. Habrá que pensar en nuevas formas de relacionarnos con la tierra y la naturaleza. Entonces, por qué no aspirar a una nueva forma de economía familiar y comunitaria. Tratar de dejar de ser dependientes de Estados y gobiernos neoliberales. Esto permitirá a pensarnos a nosotros mismo como capaces de salir adelante. Y que nuestras voces no sean las mismas que les gusta escuchar a gobiernos corruptos y neoliberales, como los que suelen escucharse en países como Guatemala. «¡Necesitamos ayuda!», se escucha a una persona gritar. Mientras que Giammattei responde: «Ya va a venir, tranquila su mente». Sin embargo, una mujer le había indicado que los programas no han llegado y otra más asegura que se quedó sin trabajo por la crisis del Covid-19”17.
El covid-19 tiene rostro de mujer, de indígena, de niño, de adulto, de negro, de pobre y marginado. Sí, es cierto; que todos somos sujetos de contagio, pero no todos podrán pasar el contagio de la misma forma. Pocos tienen la posibilidad de estar en un buen hospital y con las condiciones básicas para superar la enfermedad. La gran mayoría, que vive en situaciones de hambre y desnutrición, llenaran los grandes agujeros en donde terminaran a su tiempo los restos humanos y la mayoría como XX.
La pandemia para la mayoría de la población pobre del mundo, es como una guerra. Eso quiere decir, que estamos ante un nuevo genocidio, impulsado por las grandes transnacionales y su modelo capitalista quienes han destruido con sus fábricas y sus industrias como la Bayer y Monsanto18, a la tierra y la naturaleza y por lo consiguiente la vida humana, con toda la porquería que venden para incrementar sus riquezas.
“Mientras haya capitalismo, habrá colonialismo, patriarcado19 y racismo. Se pierde la solidaridad y el comunitarismo y fortalecemos el individualismo. Porque, “El Estado al tomar medidas para vigilar y restringir la movilidad con el pretexto de combatir la pandemia, adquiría poderes excesivos que pondrían en peligro la democracia misma”20 y poco a poco nos volveríamos a acostumbrar a estar en territorios controlados, como hoy sucede en muchas comunidades, en donde personas vinculadas a las contrainsurgencia de los años 1980, como en Guatemala, tienen control total sobre la población, imponiendo sus propios controles represivos, instalando no un sistema de emergencia por el covid-19 sino un sistema de control social para que nadie se subleve.
Por si esto fuera poco, los pueblos indígenas, además de la emergencia por el covid, siguen padeciendo los embates de los finqueros, en Guatemala, constantemente los están desalojando de sus tierras o hay propuesta de desalojos, como el acuerdo entre la Asociación de Finqueros de las Verapaces21, gobernación departamental y el sistema de justicia, los desalojos violentos en la Sierra de las Minas, de Baja Verapaz22, desalojos en las favelas de Brasil, desalojos en áreas marginales en Bogotá, Colombia, etc. No es, como dicen algunos expertos, que “los pueblos originarios […] se están viendo seriamente afectados por la Covid-19”23, sino que la realidad es que los pueblos indígenas han sido los más afectados por este sistema y el Covid-19, lo ha venido a agudizar más y que viéndolo en perspectiva, estamos ante escenarios mucho más difíciles para los pueblos indígenas, los niños, las mujeres, los ancianos, etc.
En ese sentido y en clave de perspectiva, para los pueblos indígenas se manifiesta un escenario nada fácil. El sistema capitalista-neoliberal-extractivista, con el afán de recuperar su economía, tratará de todas formas ingresar a los territorios indígenas para apropiarse de forma más voraz de los recursos naturales y con la excusa del distanciamiento social, susurra a los oídos de los débiles para llenar los territorios de antenas de celulares porque la educación se hará de forma virtual y como para eso se requiere de energía, impulsará su plan marco para desarrollar el modelo energético para las grandes transnacionales, mientras tanto los pueblos seguirán muriendo de hambre y sucumbiendo ante la ignorancia.