Carolina Rivas – FGER | Cada 30 minutos una mujer es violentada sexualmente en Guatemala. En 2018 se recibieron 10, 811 denuncias, gran parte de los casos permanece aún en el silencio.
Melany, Rebeca y Vansesa, son tres de las cinco valientes mujeres que decidieron romper el silencio y compartir su testimonio en el tribunal de conciencia sobre la violencia sexual del pasado y del presente, una iniciativa de diversas organizaciones que busca condenar al estado por no proteger la vida de las mujeres y acercar a las sobrevivientes a la justicia que les fue negada.
Durante el juicio simbólico presidido por un grupo de mujeres honorables, entre las que figura Ema Molina Theisse y Rosalina Tuyuc, ambas sobrevivientes de violencia sexual durante el conflicto armado interno, se presentó una serie de peritajes que revelan como el proyecto de vida de la sobrevivientes se ve truncado.
En el estudio psicosocial presentado por Olga Paz, se resaltó como vivir en una cultura que silencia la violencia sexual, somete a las sobrevivientes al miedo y la culpa, provocando que muchas de ellas incluso nunca lo denuncien.
¿Cómo estaba vestida? ¿Iba sola? ¿Qué hacía ahí? ¿Había tomado? ¿Lo provocó? Son preguntas que suelen hacerle a las sobrevivientes, preguntas que buscan aumentar el sentido de culpa y que poco dirigen la mirada al victimario.
El sistema de justicia desestima el 47% de las denuncias. Según la perita, María José Pérez Sian, existe una cultural de la violencia sexual contra las mujeres y un estado que protege a los hombres.
Ni Melany, Rebeca o Vanesa lograron que su agresor fuera condenado. “Lo veían como alguien respetable” coinciden las sobrevivientes.
“Guatemala pasó del genocidio al Femicidio” concluye Victoria Sanford, al determinar que en los 80 el estado por comisión u omisión el estado violentó la integridad y vida de las mujeres y en la actualidad, la historia se repite.
Hoy Melany, Rebecca y Vanesa y recibieron esta sentencia simbólica. Culpables, determinan las magistradas. Por cada policía que las cuestionó, por cada vecino que las juzgó, por cada medicó que dudó de su palabra, por cada juez que dejó libre a sus agresores, las magistradas les dijeron: «Yo si te creo, son culpables».